El doctor López trabaja en el Cuerpo Médico Forense y su tarea es realizar autopsias. Es fanático de las series de televisión que tienen a los detectives médicos como protagonistas, sólo cree en las maravillas de la anatomía humana y celebra el poder del método deductivo tan caro a la ciencia.
Una noche, durante su primer año de trabajo en esa dependencia de la calle Belgrano, mientras terminaba el informe de un sujeto sin identificar, blanco, de 1,73 metros, entre 40 y 45 años, con herida de bala sin salida en el parietal derecho que la Policía había encontrado en el jardín de un caserón vacío de Godoy Cruz unas horas antes, golpearon a la puerta que separa su oficina del resto del laboratorio.
Nadie respondió cuando dijo “Pase”. Volvieron a golpear esta vez con más fuerza sobre la ventanita de su puerta. “¡Pase!” gritó sin ganas de abandonar la silla ni el cigarrillo que acababa de encender. El tercer llamado sobre el vidrio fue decididamente enérgico.
Con fastidio se levantó dispuesto a increpar al torpe que había hecho caso omiso de sus invitaciones a girar el baqueteado picaporte. Quería terminar el informe e irse a su casa sin demoras innecesarias. Cuando se acercó a la ventana de la puerta no vio a nadie, pensó que estaba siendo objeto de una broma de sus compañeros y los maldijo fuerte y claro, como para que se escuchara en todo el edificio.
En cuanto volvió al escritorio y al cigarrillo, golpearon otra vez. De franco malhumor, volvió sus pasos y abrió la puerta como una tromba de auténtico viento.
Ante sus ojos estaba el señor Ricardo José Iñíguez diciendo “perdón por la molestia doctor, me dijeron que viniera para acá porque usted tenía que verme y había que terminar unos trámites, me costó llegar pero lo conseguí, ¿qué necesita?”.
Iñíguez tendría unos 70 años, vestía un traje azul algo pasado de moda pero de buena calidad y ofrecía un amplio repertorio gestos de buena educación.
El doctor López se relajó ante la impecable presencia de Iñíguez, quien se había presentado y había hecho explícitas las razones de su inesperada aparición.
“No estoy informado de la causa de su visita, Disculpe. Mañana averiguaré de qué se trata”, le dijo al señor que bien podría encarnar al abuelo ideal. Durante breves minutos intercambiaron razones, impresiones y disculpas. Se saludaron con un apretón de manos e Iñíguez se fue.
López volvió a su escritorio. El informe estaba a la mitad y el cigarrillo se había consumido en el cenicero de cerámica barata. Miró el reloj y se puso a escribir con la idea de terminar lo antes posible.
Un estrépito de sirenas, puertas y gritos lo arrancó de su trabajo. El cabo Martínez entró a la oficina y le espetó: “López, tenemos un fiambre. El fiscal dice que tenés que hacerle la autopsia ahora porque necesita urgente el informe. Parece que es un tipo importante. Todavía está caliente. Se llama Ricardo José Iñíguez”.
Nota: Los hechos y personajes son reales, los nombres reales de los protagonistas han sido traspuestos para preservar su verdadera identidad.
FUENTE: MDZ online, Blog "Fantasmas Mendocinos".
Una noche, durante su primer año de trabajo en esa dependencia de la calle Belgrano, mientras terminaba el informe de un sujeto sin identificar, blanco, de 1,73 metros, entre 40 y 45 años, con herida de bala sin salida en el parietal derecho que la Policía había encontrado en el jardín de un caserón vacío de Godoy Cruz unas horas antes, golpearon a la puerta que separa su oficina del resto del laboratorio.
Nadie respondió cuando dijo “Pase”. Volvieron a golpear esta vez con más fuerza sobre la ventanita de su puerta. “¡Pase!” gritó sin ganas de abandonar la silla ni el cigarrillo que acababa de encender. El tercer llamado sobre el vidrio fue decididamente enérgico.
Con fastidio se levantó dispuesto a increpar al torpe que había hecho caso omiso de sus invitaciones a girar el baqueteado picaporte. Quería terminar el informe e irse a su casa sin demoras innecesarias. Cuando se acercó a la ventana de la puerta no vio a nadie, pensó que estaba siendo objeto de una broma de sus compañeros y los maldijo fuerte y claro, como para que se escuchara en todo el edificio.
En cuanto volvió al escritorio y al cigarrillo, golpearon otra vez. De franco malhumor, volvió sus pasos y abrió la puerta como una tromba de auténtico viento.
Ante sus ojos estaba el señor Ricardo José Iñíguez diciendo “perdón por la molestia doctor, me dijeron que viniera para acá porque usted tenía que verme y había que terminar unos trámites, me costó llegar pero lo conseguí, ¿qué necesita?”.
Iñíguez tendría unos 70 años, vestía un traje azul algo pasado de moda pero de buena calidad y ofrecía un amplio repertorio gestos de buena educación.
El doctor López se relajó ante la impecable presencia de Iñíguez, quien se había presentado y había hecho explícitas las razones de su inesperada aparición.
“No estoy informado de la causa de su visita, Disculpe. Mañana averiguaré de qué se trata”, le dijo al señor que bien podría encarnar al abuelo ideal. Durante breves minutos intercambiaron razones, impresiones y disculpas. Se saludaron con un apretón de manos e Iñíguez se fue.
López volvió a su escritorio. El informe estaba a la mitad y el cigarrillo se había consumido en el cenicero de cerámica barata. Miró el reloj y se puso a escribir con la idea de terminar lo antes posible.
Un estrépito de sirenas, puertas y gritos lo arrancó de su trabajo. El cabo Martínez entró a la oficina y le espetó: “López, tenemos un fiambre. El fiscal dice que tenés que hacerle la autopsia ahora porque necesita urgente el informe. Parece que es un tipo importante. Todavía está caliente. Se llama Ricardo José Iñíguez”.
Nota: Los hechos y personajes son reales, los nombres reales de los protagonistas han sido traspuestos para preservar su verdadera identidad.
FUENTE: MDZ online, Blog "Fantasmas Mendocinos".
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