Hace
tiempo que no escribo una historia de suspenso, pero no es porque no
haya tenido ganas o inspiración, sino porque vengo hace meses
recopilando hechos e información sobre un suceso que esta pasando
actualmente en la ciudad de Mendoza. En esta nota voy a resumir lo que
pasó en un solo día, cuando me convencieron de los sucesos.
Todo comenzó
una tarde cuando entré a mi casa y mi hermano Fuser estaba hablando con
sus amigos de las historias de terror que escribía. Algunos habían
leído la de los chicos de San Martín, otros la del jardín de infantes y
todos la del mítico boliche del Este. Uno de los chicos le preguntó al
Fuser si me había contado lo que pasaba en el departamento que
alquilaban unos compañeros de ellos que venían del sur. La respuesta fue
un “no”, acto seguido me senté en la mesa como uno más y me dedique a
escuchar…
El Fuser
tiene tres compañeros que vienen del sur de la provincia, Malargüe y San
Rafael precisamente. Dos de los chicos eran amigos de antes, el
malargüino se sumó en la facultad y entre los tres comenzaron a buscar
departamento para abaratar costos e irse de la pensión inmunda que
alquilaban.
Para la
época que comenzaron a buscar alquiler, los precios en el microcentro
para algo más o menos decente, oscilaban entre mil ochocientos y dos mil
quinientos pesos. El presupuesto de los chicos era bastante acotado y
no podían pagar esos precios, por lo que la búsqueda se hizo intensa y
desgastante.
Sobre la
calle 25 de Mayo un kiosquero les comentó que había visto hacía poco que
se llevaban cosas de un edificio ubicado en esa cuadra, entre
Montevideo y Rivadavia. No voy a especificar el domicilio para no
complicar el alquiler del mismo (y por el mismo motivo que hablé de
“Neuquén”).
Los chicos
encontraron el edificio y hablaron con el conserje. Les comentó que si,
que efectivamente había un departamento en el quinto piso. Subieron a
verlo y les encantó. Se entraba a un pequeño living y luego se pasaba a
una cocina comedor. A la derecha de la cocina había dos habitaciones con
un baño en el medio. Hacia la izquierda una lavandería que daba a un
patiecito. Lo mejor de todo… mil doscientos pesos con probabilidades de
sacárselo a mil si le pagaban a los dueños seis meses por adelantado.
Se
despidieron del conserje con el teléfono de los dueños escrito en una
tarjeta, cuando a media cuadra del edificio los llamó una señora. La
anciana les recomendó que no alquilasen el departamento. Hacía cinco
años que el departamento pasaba de mano en mano y ningún inquilino podía
quedarse más de una semana. La señora les dijo que les venía a advertir
porque eran los chicos más jóvenes en intentar alquilarlo.
En un
principio los chicos creyeron que era una joda, luego a la anciana se le
endureció la cara y les contó lo que pasaba. En aquel departamento
vivía Esther, una señora sombría, no salía a la calle porque padecía una
enfermedad pulmonar que la tenía atada a un pulmotor y un tubo de
oxígeno. No tenía familia que la visite, ni amigos, ni conocidos. Al no
salir jamás de su departamento, no había entablado amistad con nadie. El
único que la visitaba una vez por semana era su médico, que intentaba
controlar su enfermedad, equilibrar su agonía y le compraba mercadería.
El doctor había agotado todos los recursos posibles para intentar
convencer a Esther que se internara en un geriátrico sin lograr nada.
Por ese motivo y porque la paga era abultada, acudía todos los lunes.
Una vez el
doctor se engripó y no pudo ir el lunes como de costumbre, sino que fue
el sábado siguiente. Luego de varios toques, golpeó fuertemente la
puerta, al punto que despertó a todos los vecinos del piso. Pasados
varios golpes más y gritos, con la ayuda de dos muchachos derribó la
puerta. Un olor putrefacto inundó los pasillos del edificio, impregnaba
toda la casa. Al llegar a la habitación ahí estaba Esther, a oscuras, en
la cama de su habitación terrorífica. La mujer estaba muerta hacía más
de una semana, su piel estaba adherida a los huesos y casi no tenía
carne, al acercarse al cadáver decenas de pequeñas arañas negras
escapaban de su boca, sus oídos y sus fosas nasales, mientras un aliento
gélido heló los rostros del doctor y los vecinos que ayudaron a abrir
la puerta.
Lo más
espantoso para todos no fue solamente la horrible muerte de la señora.
Sino que los vecinos alterados juraban no haberse dado cuenta porque
todas las noches sonaba una canción parecida al nefasto “Revolution 9”
de Los Beatles en el tocadiscos de Esther, se sentía el pulmotor
encenderse más todos los ruidos típicos de un departamento habitado.
Puertas que se abrían, cajones que se cerraban, canillas de las que
fluía agua y ruidos de muebles.
Desde aquel
hecho, todo inquilino que pisaba el departamento, se espantaba con las
cosas que pasaban dentro. Era tanto el miedo, que la gente de iba rápido
y ni siquiera los vecinos del edificio alcanzaban a enterarse
cabalmente que lo que pasaba. El tema pasó a preocupar a todos cuando un
joven se tiró al vacío desde el balcón. En el rostro del cadáver se
dibujaba el terror. Varios juraban haber escuchado al muchacho pedir
auxilio y decir “basta”. El siniestros se caratuló de suicidio porque
las puertas estaban trabadas desde adentro y no había nadie más que él.
Hacía más de
un año que nadie alquilaba el departamento, solamente hacía poco se
habían llevado los muebles y electrodomésticos que le quedaban a Esther…
eso era lo que había visto el kiosquero.
De todas
formas los chicos llamaron a los dueños para regatear, quienes aceptaron
cobrar mil pesos por mes fácilmente. El precio del alquiler fue más
tentador que cualquier mito urbano, pensaron, así que a los dos días se
estaba mudando los tres al departamento de la calle 25 de Mayo.
Todo fue
alegría, pero a ninguno le causó gracia llegar al departamento y ver el
tocadiscos en medio del living. Habían jurado que no estaba allí la
primera vez que fueron. Por otro lado… ¿Por qué no se lo habían llevado
con los demás muebles? Con la excusa de que ocupaba mucho lugar llamaron
a los dueños para que se lo lleven. Ellos dijeron que lo tiren, que se
hagan cargo. El miedo que les dio el mueble fue suficiente como para
bajarlo desde el quinto piso y dejarlo en la vereda. Alguien se lo iba a
llevar.
Al cabo de
dos semanas, el malargüino se volvió a la pensión. Dijo que era terrible
lo que pasaba ahí dentro. Los sucesos y este hecho bastaron para que me
juntara con los dos sanrafaelinos, compañeros del Fuser, a ver si se
animaban a contarme que pasaba.
Me contaron
todo, lo que veían y sentían. Los ruidos, las cosas que aparecían y
desaparecían, los sonidos, aquella espantosa canción, lo que pasaba en
los espejos… todo. Pase casi dos meses recopilando testimonios de ellos.
Sinceramente no les creí nada, ellos saben que escribo para El
Mendolotudo, que me gustan las historias de terror y que había quedado
bastante traumado con lo del jardín y lo de los chicos de San Martín.
Los puse a prueba diciéndoles que me dejen quedarme un día en el
departamento y su urgente aceptación fue el principio de las pesadillas
que ahora padezco…
Al entrar al
departamento el semblante juvenil y asombrado de los chicos se tornó
oscuro y tembloroso… aterrador. Aquellos dos pibes eran otros, ya no
hablaban con la frescura de siempre y no gesticulaban confiados. El
departamento los inhibía. “La vieja escucha todo” me dijeron bajito con
ojos aterrados.
Lo primero
que hice fue revisar todo. Temía que hubiese algún chistoso escondido, o
que hubiesen parlantes, cámaras o cosas raras para jugarme una mala
pasada. Todo en orden, nada fuera de lo común. Había una habitación que
estaba mucho más fría que el resto de la casa. “En esta dicen que se
murió la vieja” me comentó Fernando, uno de los sanrafaelinos. “Acá
dormía el Gastón”, me dijo Mauro. “Te vamos a ser sinceros, a los pibes
les decimos que hemos dejado una habitación para cogernos minas, pero en
realidad es que nos da tremendo cagazo dormir solos, sobre todo en esta
habitación, por eso la dejamos como cuando estaba el Gastón y dormíamos
los dos juntos, acá en esta cucheta”.
Me dieron
ganas de ir al baño que estaba entre las dos piezas, al pararme Mauro y
Fernando me seguían con los ojos. La puerta del baño estaba
entreabierta, agarré el picaportes y empujé, en ese momento sentí como
si alguien me impidiese abrirla, no había nada que la trabase, era una
fuerza inconstante. “¿¡Ves, ves!?”, gritó Fernando exaltado. “¡A mi me
pasa siempre! Es la vieja que empuja del otro lado”. Empujé violento y
la puerta se abrió de golpe, el baño estaba completamente oscuro y muy
frío, pero la cortina de la ducha se agitaba suavemente. Me empecé a
asustar un poco.
Salvo este
episodio, la tarde del viernes continuó normalmente. Por la noche
pedimos unas pizas, cuando llamaron al timbre fue Fernando a traer el
pedido. Antes de salir trató de abrir la puerta y se quedó perplejo.
“Concha de tu madre” le escuché gritar. “¿Ves? Ahora me traba la puerta
para que no abra”. Entonces me paré y entre los tres tiramos hacia
atrás. De pronto aflojó y saltamos los tres contra la mesa. La puerta
dio un portazo nuevamente y todo quedó en silencio. “Muchachos… ustedes
están muy nerviosos, solo son puertas duras y viejas” les dije al tiempo
que me reponía. “Para Bomur… aún no pasa nada”, me dijo Mauro.
Comenzamos a
cenar en silencio, yo estaba algo asustado, tenía un mal presagio. De
pronto siento un soplido helado en mi oreja. Los pelos de la nuca se me
erizaron y un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Miro a los dos
chicos y al toque se dieron cuenta de que algo me pasó. Me di vuelta de
pronto y no había nadie… el soplido venía desde la habitación de Esther y
había impactado directo en mí. Hice como si no pasaba nada para no
alarmarlos y continuamos cenando, yo estaba hecho un manojo de nervios.
Pero mi escepticismo me mantenía bien.
Decidí
quedarme a dormir, como habíamos acordado. Solo que saqué el colchón que
me habían armado en la pieza de Raquel y me lo traje a la pieza de los
chicos, junto a la cucheta, no iba a dormir solo. Esa noche Mauro me
cedió la cama de arriba de la cucheta y él se quedó con el colchón del
piso.
Nos quedamos
charlando hasta tarde, no se sentía nada raro, solamente el ruido del
silencio y nuestras voces. Hablar de minas, fútbol y autos nos relajó a
los tres. Horas después era yo el único que quedaba con los ojos
abiertos. De pronto comienzo a dormirme y entre sueños se empezó a
escuchar un sonido espantoso. “Mauro, Fer… ¿esuchan eso?” les dije, “es
como una respiración”. “No culiado… yo no escucho nada” dijo Mauro. “Yo
ahora tampoco” dijo Fernando “pero si es como una respiración… lo he
escuchado varias noches”. Me relajé un poco en silencio. Cerraba los
ojos y sentía la respiración de Esther a través del pulmotor, una
inspiración y una expiración profunda y suave, entrecortada, fantasmal,
bajito, venía desde la habitación de ella. Abría los ojos y no se
escuchaba nada, dormitaba y los sentía venir de al lado.
Seguía entre
sueños… “debo ser yo que estoy sugestionado” pensé. En un momento algo
comenzó a rozarme los pies, creí que era una pesadilla pero abrí los
ojos y no, seguía sintiendo algo abajo. Miro hacia los pies de la cama y
no veo nada. De pronto me acordé lo de los espejos. La sensación de que
al mirarlo iba a ver algo me entumeció el cuello. Lentamente corrí la
cabeza hacia el lado donde estaba el espejo, con los ojos cerrados. Una
vez que estaba mirando en su dirección los abrí. A simple vista no vi
nada, pero forcé los ojos y algo se comenzó a dibujar en el espejo.
Logre ver como una mano, que salía desde el pasillo y se movía en mis
pies… ¡algo se movía! como flotando hasta la cama de arriba de la
cucheta. “¡Prendan la luz!” les grité a los chicos. Mauro saltó del
colchón y encendió la luz… no había nada. Ahora recordaba las veces que
Fernando había contado que veía a Esther parada en los pies de la cama
de abajo mirando hacia la cama de arriba. Eso fue suficiente para mí,
decidí marcharme de ese horrible lugar.
Mauro y
Fernando trataron de convencerme, pero se dieron cuenta mi estado
nervioso. Cuanto intenté salir la puerta estaba absolutamente trabada.
Empecé a hacer fuerza hacia atrás como más temprano y nada, los chicos
también se asustaron con mi terror y se vistieron para irse conmigo. En
ese momento la luz se cortó y se comenzó a escuchar un sonido parecido a
“Revolution 9” a un volumen bajito... salía desde el living donde
estábamos. “¿Qué es ese ruido?” pregunté. “Es la canción que siempre
ponía la vieja ¡es horrible!” contestó Mauro. “¿Viste que era cierto
todo lo que te contábamos?” me dijo Fernando aterrado al tiempo que
hacía fuerza hacia atrás con el picaporte en la mano.
Yo me
desesperé por completo sentía que no podía respirar del miedo, a los
chicos les pasaba igual y sin darnos cuenta los tres respirábamos como
ahogados, como entrecortado… como Esther. Juro que en la oscuridad me
parecía ver a la vieja en el rincón de la pieza, mirándonos. Volví a
patear la puerta y al cabo de siete u ocho patadas cedió el cerrojo. Los
tres salimos corriendo despavoridos. Corrimos por 25 de Mayo hacia
Rivadavia y bajamos hasta la plaza independencia.
Agitados,
cansados y con todo el miedo del mundo encima nos paramos en medio de la
plaza. Desde ahí se veía las ventanas del departamento, las luces se
prendían y se apagaban. Las cortinas volaban sobre las ventanas como si
en algún momento hubiesen estado abiertas. Había olvidado las llaves del
auto, pero no pensaba volver de noche a ese lugar.
Pasamos toda
la noche en vela, en la Plaza Independencia, hasta que amaneció y me
animé a buscar mis llaves. Esta tarde los chicos también se volvieron a
la pensión. Aún hoy el departamento está habitado y cada vez que paso
por la Plaza y miro hacia esa dirección juro ver una señora frente a la
ventana de aquella habitación terrorífica…
Fuente: Mendolotudo
Fuente: Mendolotudo
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